La tolerancia y el terrorismo
Rodolfo Piza | Miércoles 22 junio, 2016

Matar indiscriminada y perversamente a otras personas por su color de piel, por su religión, por sus ideas, por su origen étnico o por sus preferencias sexuales, es un acto perverso que no se justifica bajo ningún criterio
La tolerancia y el terrorismo
Sin tolerancia no hay progreso humano, no hay respeto a los derechos humanos. La tolerancia no exige aceptar las ideas o acciones de las demás personas, pero sí exige respetarlas y abstenerse de imponerles nuestras propias convicciones. Concomitantemente con la publicación de las “Cartas sobre la Tolerancia” de John Locke (1689-1690), los pueblos civilizados fuimos aprendiendo a respetar el derecho de los demás a no compartir nuestra visión de mundo, a tener ideas y formas de actuar y de pensar diferentes.
A partir de la tolerancia es posible desarrollar la libertad y los derechos humanos. No basta con aquella, pero sin ella no es posible construir y convivir democráticamente.
El ensayista Émile Faguet atribuía a Voltaire tres opiniones acerca de la libertad: la primera, que es una cosa excelente; la segunda, que es preciso reducirla a los límites más estrechos posibles; la tercera, que es preciso negársela a quien no piense como uno. Esas tres ideas, más o menos, son las que sostienen muchas personas: la defienden y la quieren para sí, la acogen y la defienden en lo general; la restringen y la atacan en sus expresiones prácticas; la rechazan para las ideas y actos que les repugnan. Pero no se vale.
Cada vez que una persona o grupo fanatizado realiza un acto terrorista contra otros seres humanos, aparecen los llantos legítimos de dolor de los familiares y amigos, las expresiones sinceras de solidaridad. Pero lamentablemente también aparecen algunos agoreros, apologetas y prejuiciados prestos a justificar o minimizar los hechos, acusando a las víctimas de provocación o de perversión. No se vale.
Tampoco se vale que por culpa de unos fanáticos yihadistas, se cargue la culpa de los actos terroristas a los millones de musulmanes que respetan a los demás y creen en la paz. La religión no es la culpable, la culpable es la intolerancia, la permisividad armada y el apoyo del Estado Islámico.
En el marco de una cultura norteamericana polarizada, no ayuda, por supuesto, el fácil acceso a armas, ni la homofobia, ni el yihadismo. La democracia garantiza unos derechos, pero no puede evitar que algunos trasnochados sigan anclados en el odio y el fanatismo (religioso, ideológico, racista, homofóbico o de cualquier naturaleza). Por ello, es necesario que la mayoría social, sus líderes y el Estado, no entren en el juego ni en la lógica del terrorismo y se decidan a luchar contra él y aplicar todo el peso de la ley a aquellos que no son capaces de vivir en democracia, ni de respetar a los demás.
Matar indiscriminada y perversamente a otras personas por su color de piel, por su religión, por sus ideas, por su origen étnico o por sus preferencias sexuales, es un acto perverso que no se justifica bajo ningún criterio. La matanza de Orlando el pasado 12 de junio, de personas inocentes en un club gay, por Omar Mateen como autor directo, es un acto criminal que no debe justificarse bajo ningún aspecto.
Rodolfo E. Piza Rocafort
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