Política no es una casa de juego
Rodolfo Piza | Miércoles 10 junio, 2015

Política no es una casa de juego
Francis Underwood, el protagonista de la serie House of Cards (Casa de Cartas), volvió a plantear frontalmente el tema de los caracteres y condiciones del político.
La serie trata de un miembro del Congreso de los Estados Unidos, ambicioso y sin escrúpulos, que usa los métodos más conspicuos para alcanzar y mantenerse en la Presidencia de ese país.
Se trata, por supuesto, de una caricatura. Como en toda caricatura, se exageran las aristas más prominentes del modelo. Es decir, se funda en condiciones posibles, pero se exageran esas condiciones para construir el relato.
Como en El Príncipe de Maquiavelo, la obra se funda en la idea de que el fin (alcanzar y mantenerse en el poder) justifica los medios (extremos, si es necesario).
Y a partir de allí, la mentira, la corrupción y hasta el asesinato, se convierten en simples anécdotas o instrumentos para sentarse en la silla presidencial.
Para ello, el protagonista aplica los demás principios clásicos del maquiavelismo: a) es mejor ser temido que ser amado; b) si se espera mucho del gobernante, todo lo que haga será poco; si se espera poco de él, cualquier cosa positiva será bienvenida, etc.
Es obvio que al tal Francis le faltan las virtudes comunes (una vida digna, recatada y ética), y le sobran algunas cualidades excepcionales (olfato político para alcanzar el poder, por lo pronto): ese personaje inescrupuloso, por ejemplo, logra una reforma educativa importante (aunque los detalles son ambiguos), una mayor estabilidad internacional y una propuesta radical contra el desempleo (atractiva, pero insostenible).
Algún cínico o realista (según se mire), argumentará a favor de Francis y preferirá escoger sus “cualidades” a costa de aquellas virtudes comunes.
En su favor, diremos que es verdad que si exageramos el recato y la mojigatería, podría promoverse la “pusilanimidad”, es decir, la ausencia de grandes decisiones (polémicas, pero esenciales), para sacar adelante a una sociedad. Además, esa pusilanimidad podría provocar parálisis institucionales, revoluciones desorbitadas y, en el mejor de los casos, un país gris (un nadadito de perro que ni avanza ni se hunde).
Aunque hay momentos que requieren parsimonia, nuestro país no pasa por esos momentos: requiere decisión firme y visión de Estado, pero para ello no es necesario renunciar a las virtudes esenciales de respeto a la legalidad, de equilibrio económico y de moralidad.
Necesitamos firmeza para acometer tareas y reformas difíciles e impostergables, pero para ello no se necesita banalizar la política ni reducirla a un juego de triquiñuelas. El objetivo no es, ni puede ser, alcanzar simplemente el poder o sentarse en la silla de un gobierno. El objetivo no es, ni puede ser, alcanzar el poder destruyendo las condiciones que lo sostienen en una democracia, sino saber lo que se puede y se debe hacer desde el gobierno por una sociedad (Ortega y Gasset).
Lo que se puede y se debe hacer para reconstruir la credibilidad y el crecimiento, recuperar el compromiso con la libertad y avanzar en equidad social.
Rodolfo E. Piza Rocafort
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